Hará
aproximadamente dos semanas fui a casa de mi prima a ver a mi sobrino. Tenían una
comida y mi prima se estaba arreglando. Mientras entraba por la puerta me “lanzó”
al niño a mis brazos y gritó mientras se alejaba por el pasillo: “¡Entretenlo
mientras me arreglo!”. Mi sobrino Daniel tiene dos añitos y es el niño más
hiperactivo que he visto en años. Por lo que allí estaba yo, con un bebé en
brazos y una misión: entretenerlo.

Aunque mi vida
laboral es todavía muy corta, he tenido la oportunidad de trabajar en colegios
británicos y en academias de idiomas. Cada vez que me enfrentaba a una sesión,
lo niños (siempre niños de primaria) esperaban que al menos pusiera un vídeo y
un audio. Es decir, el uso de material audiovisual a través de ordenadores, tabletas
o cualquier otro dispositivo digital ya no es una opción, sino una obligación. La
tarea de preparación de las sesiones ya no se basa únicamente en qué páginas
del libro o qué ejercicios vamos a ver en clase, sino que se amplía a qué
vídeos puedo utilizar, qué imágenes puedo mostrar o que audios deberían
escuchar. Este cambio se ha producido de manera brusca, ya que cuando yo acabé
la educación primaria (que hace ya la friolera de doce años) las tecnologías de
la información y la comunicación (TIC) estaban empezando a emplearse en clase. En
definitiva, si queremos ser profesores del siglo XXI hemos de saber pilotar las
TIC como si fuéramos ingenieros informáticos.
Ahora bien, ¿qué
beneficios aporta a las clases? Desde mi punto de vista, como profesor de
idiomas, las TIC nos permiten trasladar el mundo real al aula. Tiempo atrás el
aula era una burbuja que poco se asemejaba a la realidad a la que los alumnos
se iban a enfrentar. Gracias a las TIC podemos enseñar el idioma “de la calle”,
el idioma real. No es necesario que nos limitemos a los típicos audios que
vienen en los CD de los libros de idiomas, esos audios tan poco auténticos que
durante tantos años nuestros profesores de inglés han estado reproduciendo en
su reproductor de CD. Hoy en día contamos con recursos prácticamente ilimitados
que tenemos al alcance de un clic.
Como
consecuencia de este gran pozo sin fondo que es internet, encontramos una gran
cantidad de ruido que un profesor ha de saber identificar y discriminarlo del
material que realmente es útil. Pero, ¿estamos preparados para ello? Yo mismo
en mis clases me he dado cuenta de que el material que había escogido no era
idóneo para el nivel de mis alumnos, aunque desde mi escritorio me pareciera,
como diría Platón, el recurso “ideal”. Son muchísimos los factores que hacen que
un recurso sea apropiado: la sintaxis que se emplea, el vocabulario, la
situación comunicativa, etc. Aunque seamos profesores jóvenes nacidos dentro de
la archiconocida generación Y o millennial y “dominemos” las TIC, en
ocasiones el mundo digital se nos queda grande y no sabemos lidiar con él.
En definitiva, las
TIC han irrumpido en las aulas y han venido para quedarse. Olvidémonos de las
clases tradicionales de manual. Abracémonos a nuestro iPad y recemos a San
Google para que nos provea del recurso “ideal”. Ahora bien, seamos críticos y
no nos quedemos con lo primero que encontramos. Pensemos en nuestros alumnos y
sus necesidades. Al fin y al cabo, ellos han de ser nuestra prioridad y de
nosotros depende que el material audiovisual que consuman en el aula sea pertinente.